miércoles, 15 de febrero de 2012
Él, horrorizado rompe el espejo que le muestra la realidad. Quiere olvidarse de su pasado, de sus pesadillas; pero lo único que rompe es el espejo, nada más. La pálida huella permanece en su rostro, y sus ojos reflejan la angustia, la tragedia y la degradación de su estirpe. Más de una vez el pueblo español refrenó su impulso revolucionario en el umbral de una iglesia, ante un Greco o Crucifijo; la religión apaciguó el impulso de ruptura definitiva con el pasado. Porque el pasado deja siempre una huella, que se refleja en los ojos y queda grabada en el corazón. Pero la fe, que forma parte de la belleza humana, la fe que nunca desfallece, volverá a germinar. Y se manifestará a los mejores, a quienes sean capaces de sentimientos profundos, a quienes posean una vocación universal. De nuevo encenderá en ellos la añoranza de aquello que han perdido, aquello que no puede encerrarse, que no incrementa el bienestar, que nada tiene que ver con escuchar la radio, irse de vacaciones o tener un coche. La fe...